viernes, 28 de agosto de 2009

sábado, 23 de mayo de 2009

Primer día de clase


Rosellini los ha buscado a las 5 y cuarto. Está oscuro, suena una radio de mañana, los primeros destellos noticiosos. Anuncios reiterados hasta el hartazgo. “Orlycote, el lubricante que su vehículo necesita”. Suena el radioshow de la madrugada con Lidia Dadorne y Ernesto Pedernera. El atronador ruido del Diesel lo opaca. Las camisas pardas están ocultas bajo los sweater azules en los asientos iluminados por una parca luz amarilla en el interior del enorme camión reciclado. Los han observado cuando han entrado al autobús. Intentaron sentarse atrás sin pensarlo, tratando de evitar todas esas miradas. Tenían que atravesar rápido el pasillo antes de que arranque el mamotreto que se sacude como un sonajero. Pero arranca antes de que lleguen al fondo y se quedan a mitad de camino, tambaleándose. Deciden sentarse en los duros asientos del medio. Todos los miran. Miran al más grande, que lleva el cuello de la camisa parda desacomodado y la pequeña corbata a medio hacer. Pero sobre todo miran al más pequeño. Los otros están acomodados en el vehículo hace poco, son escasas las casas que Rosellini recorre antes de pasar por la 2, donde residen. Desde hoy los ha incorporado al recorrido, así será de ahora en más, todos los días. A medida que avanza el híbrido auto carro reciclado, se va llenando de pequeños espectros enojados o dormidos que se sientan en sus respectivos lugares. Hasta que sube el grandote, Gordo Francini le dicen, un niño redondo de gafas que los mira desde su estatura elevada. Les indica que se aparten y ellos huyen de nuevo hacia el fondo, pero otra vez el autobús se ha puesto en marcha y los niños caen generando una carcajada de las dos niñitas rubias como el trigo que se han asomado desde el penúltimo asiento. Acaba de subir Héctor Tomazo, ellos todavía no conocen su nombre pero es el que más agrada a las niñas, tanto a las rubias del penúltimo asiento como a Zulma y Teresa, las dos morenas que están en el segundo asiento. Héctor tiene una sonrisa de galán que enamora desde ojos grises y soñadores. Los ayuda a levantarse y a sentarse atrás. Pero cuando ve al más pequeño se hace hacia atrás y mira al Gordo Francini como si hubiera tocado una serpiente. Nunca se lo había visto tan asustado a Héctor tan callado como pasó el resto de ese viaje.
Cuando descienden se unen al mar de sweaters azules, algunos llevan también gabardinas negras con un escudo rojo ostentoso. Son cabecitas que avanzan hacia el enorme patio donde la vicedirectora, la Sra Rademanes Sarmiento dará una admonición al grupo. Luego se cantará el himno alemán en su versión anterior a la república de Weimar y los niños entrarán a sus respectivas clases. Allí se sacarán sus sweaters y quedarán todos igualados por las camisas pardas y las corbatas.
- Pronto será el campeonato mundial de fútbol- comienza inspirada Rademanes - Debemos estar preparados. Es una oportunidad única.- A su lado está Federico Münchhausen, director de la institución. Luce severo y relajado, con su cabello blanco peinado con gomina e imperturbable frente a una llovizna gris que enturbia la primera hora de luz del día.
Los dos novatos se han ubicado en un lugar indefinido entre las hileras de primero y segundo grado. Se han apropincuado ahí porque nadie les ha indicado donde ubicarse, que hacer, como comportarse. Es la mitad del ciclo 1976 y se han incorporado sin aviso al mar de uniformes azules, negros y pardos. Las maestras no los conocen. Todos miran fijo al más grande, pero sobre todo al más pequeño, parado en medio de la lluvia y que mojado llama aún más la atención.
- Vendrá gente de todo el mundo a mirar el espectáculo que brindaremos desde nuestra Nación. 1978 será un año que recordaremos por el resto de nuestra historia. – Hoy la Sra Rademanes se extiende más de lo habitual. Esto no lo saben los dos recién llegados, porque nunca han escuchado sus discursos pedagógicos. La Señora suele inspirarse y extenderse desde las 7:45 a las 8, hora en que suena el himno. Entonces por lo general ha despuntado una luz pálida detrás del moderno edificio gris, frente al comedor donde los pequeños pasarán sus horas del mediodía.
- Es mejor que empecemos a comportarnos como es debido desde ya. Aún faltan dos años para el acontecimiento, pero el empleo del uniforme, las buenas costumbres, la urbanidad, la salud bucal y el deporte bien practicado nos pondrán en forma para el momento en que los ojos del mundo se posen en esta bendita nación.
Los niños nuevos no comprenden lo que con tanto énfasis está tratando de transmitir la Sra Rademanes Sarmiento. Ellos solo están al tanto de que las miradas que los de primero y segundo, ahora también los de tercero, están clavadas en ellos. El más pequeño es el más observado. Ha corrido un rumor en cuarto, en la clase de Héctor Tomazo. Algunos, a pesar de estar en filas lejanas, se han acercado a ver e intentar tocar, con espanto, al niño. Un grito hace que los que se han dispersado un poco, los que lo han rodeado como un enjambre regresen a sus lugares en el acto.
-¡Firmes!, grita con un toque alemán el Sr Münchhausen. Los novatos no lo saben aún, pero Federico ostenta un origen noble. En su hogar natal, en Dortmund, se lo llamaba Barón de Münchausen. Reside en la ciudad tranquilamente desde finales del año 1945, en que un generoso asilo político le permitió instalarse con toda su familia. Y desde entonces dirige la institución.
Al grito de firmes se genera un revuelo, el enjambre primero se dispersa y luego se ordena a la voz de mando de las maestras de delantal azul a cuadros. Los dos recién llegados quedan más desubicados que nunca y ahora es la mismísima señora Rademanes la que se está acercando y los coge de la mano, se los lleva por el patio y está consultando algo con la Regente Margarita Techito. Los dos niños están ahora parados entre las tres autoridades, a merced de las miradas curiosas de todo el mundo y se emite una segunda voz que ahora suena aún con más dejos alemanes que la anterior.
- Tomando dis-tan-cia- grita Herr Münchhausen y se genera un movimiento de brazos en alto. Un movimiento armónico, ordenado que el director aprueba con su mirada a la vez severa y relajada.
El más pequeño nota como, aún desde una posición muy rigurosa de firmes tomando distancia, todos lo están mirando a él, aún la Sra Rademanes y Margarita Techito lo observan mientras siguen debatiendo su destino. Hasta su hermano mayor lo controla, temiendo que se transforme en algo aún peor de lo que es.
Por suerte la transformación no tiene lugar hasta la mitad de la mañana. Horario en que el resto de los niños de la clase que le han asignado ya se han aburrido de intentar tocarlo, apostando a quien se anima más cerca. Está solo en un rincón al lado del pizarrón y la primera lágrima del día le cae cuando se da cuenta de lo que le está sucediendo. Tenía la esperanza de que ese primer día se salvaría. Cuando vuelvan del recreo los otros niños se encontrarán con algo que no podrán dejar de mirar. La maestra de primero tendrá que dispersarlos a la fuerza y será difícil que presten atención hasta la hora de la comida. El más grande sabe que hay que aguantar todo el día, pero no sabe cuanto es eso, cuanto falta para que sean las cinco de la tarde. Nunca ha estado ahí así que le es imposible calcular lo que ha transcurrido en relación a lo que falta.
A las cinco se suben de nuevo a Rosellini con los niños alborotados aún mirándolos y desafiándose a quien se anima más cerca del pequeño. En todo el día no se han cansado de jugar a eso. Ahora que regresan el mayor se pregunta si será así todos los días.

Alta en el cielo, un águila guerrera




Axel Casino está preso. Lo leo en Internet. Y eso explica lo que pasó aquella mañana de 1982.

El Teniente Coronel nos reunió en el patio de la bandera. Después, todos los cursos, de primero a octavo, desde los más pequeños de 11 de primer año hasta los últimos de octavo de 18 años fueron llevados al gimnasio. Y comenzó el interrogatorio. Era un día tan oscuro como cualquier otro. Desfilamos un rato hasta que cada curso encontró su posición, los celadores nos acomodaron en hileras parejas, de menor a mayor, tomando distancia. Después fueron pasando por las filas , la Regente y el Teniente Coronel Retiro Efectivo. Nos fueron interrogando de a uno y de a tres.

Solo ahora cobra sentido lo que sucedió esa mañana, lo que pasó con Axel Casino, el Chato. Éramos inseparables los cuatro. Los otros tres éramos el Tero, la Morsa y yo, el Pescado. A la luz de los años pudo entenderse que fuera un reprimido, que fuera el mejor de la clase y que jamás hablara de una mujer que le gustara, como hacíamos los otros tres. Pudo entenderse luego su opción, pero ahora, a la luz de la noticia que leo en el periódico, una nueva explicación se instala.

Las primeras veces que lo cagábamos a palos entre los cuatro al Cerdo era divertido. Después se tornó rutina. Los años no parecían cambiar, pero todo cambiaba de un año a otro. Se sucedieron Videla, Viola y Galtieri, había que luchar contra los ingleses, había que vitorear a nuestro equipo de fútbol celeste y blanco hasta que las gargantas no dieran más. Ya éramos campeones del Mundial, pero después vino el Juvenil de Japón, después invadimos Malvinas, siempre había un motivo para ser más patriota que antes. Eran años fríos en que se cantaba la Aurora mientras se izaba la bandera. Ya no quedaba nada de aquel rumor que se había llevado la vida de unos cuantos, decían que sesenta. Sesenta desaparecidos. No se sabía que había pasado con los desaparecidos, no se sabía que había desaparecidos. Los desaparecidos eran invisibles. Invisibles como nosotros, que tomábamos dos colectivos a la madrugada y llegábamos siempre tarde, cuarto de falta. Cuando entrábamos ya habían cantado la Aurora y el viento cortaba la respiración. Salían burbujas de humo de las bocas, se agarrotaban las manos, se deslizaba uno por la rampa con los mocasines gastados y los dedos de los pies congelados mientras no se viera a la Regente de Estudios increpando “sin patinar, señor, la corbata señor”. Entonces empezaba la mañana y uno estaba definitivamente en el Belgrano.
El Cerdo llevaba una campera con la banderita inglesa en plena Guerra de Malvinas, por eso había que cagarlo a palos. Pero cualquier excusa era buena, porque el Cerdo era un tipo culto, instruido, de familia rara. Comunistas, decían después, ya en el 83, cuando cada cosa empezó a llamarse por su nombre. Había que cagarlo a palos seguido al Cerdo. Literalmente a palos, porque no se lo dejaba sin un moretón, había que pegarle fuerte, que le doliera, con algo contundente. La Aurora, la canción de la madrugada, se llamaba como Aurora, la nena de 4ª que me gustaba. Fue la primera que me gustó, pero más adelante me gustaron todas. Creo que fue la desesperación y una actividad hormonal exacerbada por la ausencia de toda realidad de contacto, la que me llevó a desear desenfrenadamente al sexo opuesto. Lo mío era indiscriminado. Sumergidos en fantasías lacerantes, a veces compartidas, no había chances de efectuar el lance, la charla, ni hablar del beso o del soñado contacto erótico. Simplemente no estaba en los cánones de la realidad lograr hazañas así. Por eso pegarle al Cerdo y a otros como él, al Enano, al Forro, al Tero, era una especie de alivio mezquino. También nos desquitábamos al fútbol, cuando montábamos los equipos y dejábamos afuera a unos cuantos chotos. Éramos seres superiores, traídos del olimpo de los vencedores, si bien en las olimpíadas internas siempre nos ganaban los de 4ª y quedábamos últimos. Ahora que lo pienso, las de 4a eran las más bellas. Aurora era de 4a, también Miriam, Fernanda, Karina, Alejandra. Nombres bellos, que ojos, que misterio atroz se escondía bajo esos guardapolvos blancos. ¿Qué podríamos haber perdido si un día las encarábamos, si las invitábamos a algo? Si a través de un simple saludo o un gesto de aproximación las hubiéramos convertido en seres reales tal vez les robábamos para siempre ese aura de muñecas divinas.
En el Belgrano el frío se colaba tan hondo que solo en el aula de Taller, al fondo del sótano debajo de la Cooperadora, se respiraba aire cálido. Cualquier otro aula era helada como los patios. La intervención militar no había pensado ni en los calefactores, ni en reponer los numerosos vidrios rotos. No se había considerado que para aprender había que sentir calor en el cuerpo. Ni siquiera en la cantina se dejaba de sentir el hielo. “Dedos largos” como apodaban al viejo de la caja, un viejo que se metía cada tanto el dedo en la nariz y con el mismo dedo tecleaba los duros números de la registradora para cobrar el menú tampoco había pensado en el calor de sus comensales. Los patios eran especialmente atroces, porque a algún arquitecto creativo se le había ocurrido que los grandes espacios abiertos con orientación Este eran excelentes para que circulara el aire. Había columnas gigantes, techos de más de 200 metros de alto. El monumento era un homenaje a una obra similar que habían hecho en un lugar muy cálido de la India, Calcuta tal vez. Pero en Córdoba capital lo que se producía era un efecto ártico, con un viento helado que atravesaba a unos 100 km por hora cualquier abrigo, haciendo descender la temperatura del cuerpo a niveles polares. El frío de la mirada de López, el mejor amigo del Teniente Coronel, tipo robusto y parco, no impedía que el taller se considerara como un refugio. López no decía nada salvo que uno estaba bochado y aún así el aula de Taller era el lugar más cálido de la escuela. Aunque solo fuera un sótano que más bien parecía una mazmorra. Por alguna razón le tenía miedo a ese tipo, a López, que estaba a cargo de una materia tan estúpida como un taller de manualidades creativas. No temía a otros como a Facundo Almada de contabilidad, que no dejaba que nadie promoviera, salvo una contada elite. Tampoco me atemorizaba la Rata Churita que era el terror de matemáticas. Ni a la vieja Zárate que hubiera hecho odiar la física al mismísimo Einstein. No le tenía miedo a nadie, salvo al Sr López, el hombre que nos daba las clases “creativas” en el oscuro y tibio sótano.
El Teniente Coronel que dirigía la escuela nos lo hacía saber cada mañana en un breve discurso admonitorio: nos debíamos a nuestra patria y a nuestra bandera. En gimnasia nos hacían desfilar: izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda. Como si la única derecha fuera mejor que todas las izquierdas juntas. Aprendíamos a amar a nuestro país desde temprano. Desde las cinco y media de la madrugada para ser más preciso, hora en que había que levantarse y no desayunar porque se pasaba el 158 de las seis y cuarto, el verde, el que dejaba en el centro. Había que caminar quince minutos en la oscuridad del barrio periférico para llegar a la parada. Luego todavía había que tomar el 129, el azul y se llegaba al cole tarde, siempre tarde, cuarto de falta. En total era una hora y media de viaje, contando las extensas caminatas. Ni los colectivos eran puntuales ni uno era lo suficientemente rápido en la mañana azul. Hacía tanto frío a esa hora que uno hubiera llorado porque un vehículo cualquiera se parase y le diese a uno una bocanada de calor y lo llevara a destino. Uno hubiera soñado con no tener que apretujarse una hora en un colectivo abarrotado de sonámbulos. Cuando alguna vez lograba que me llevase mi padre, aunque más no fuera a la parada, que por alguna oscura razón del destino el viejo se hubiese levantado conmigo, la cosa sonaba a milagro. Un milagro hubiera sido también que Aurora me distinguiese del resto de los imbéciles con corbata azul que poblaban los helados patios del cole, que aunque sea me hubiera dedicado una mirada.
Los años pasaron casi sin que nos diéramos cuenta. Fueron tantos años y estábamos tanto tiempo juntos los cuatro que nos terminamos queriendo con la Morsa, el Tero y el Chato. “Pescado, este fín de semana en el Santo Tomás”, era la contraseña para pasar un viernes al sol, de chupina. “Sos un bramón Pescado” eran frases que solo nosotros entendíamos, teníamos nuestro propio idioma, nuestras consignas y nuestros enemigos a los que abatir. Hacíamos cosas al final de la semana, fuera del cole. Nos reuníamos, hablábamos noches enteras. Algunos hasta lograron arrimarse al sexo opuesto, después de tanto hablar. Al final de la dictadura, cuando aflojó un poco la represión y se respiró un aire de más convivencia hasta algo de política hablábamos. Íbamos a las “americanas” con la botella de Coca Cola bajo el brazo, las chicas llevaban las papas fritas y pantalones baggy y carpinteros. Escuchábamos Flash Dance e imitábamos a John Travolta. El estilo Fiebre de Sábado a la Noche nos incitaba a sacar a bailar chicas remilgadas, tontas, histéricas, que no pasaban de ser un sueño más que nos dejaba vacíos como cuando hablábamos de ellas.
Solo ahora, que he leído extensamente el artículo que menciona a Axel, entiendo lo que pasó aquella mañana de 1982. Nos separaron en grupos de tres y nos interrogaron en los gabinetes psicopedagógicos. Allí era donde se controlaba la calidad de la enseñanza impartida y la salud psíquica de los alumnos. Eran unas cajas sin techo separados con dos puertas como caballerizas. Mientras uno era interrogado los otros dos primero esperaban afuera, luego se iban alternando las respuestas y los careos. Los cuestionarios se prolongaron todo el día y se extrajo la conclusión de que a Patricio Herrera no lo había matado nadie. La versión oficial dictaminó que había sido él mismo el que había subido al techo de hormigón y se había tirado a la calle Rioja desde 200 metros de altura causándose una muerte instantánea.
Axel Casino, el chato, nos confesó el año pasado a sus tres camaradas, por separado, que es homosexual. A mí me citó en un bar de Madrid, donde vivo con mi mujer y mis cinco hijos. Frente al teatro García Lorca se confesó:
-Siempre me gustaron los hombres Pescado- me dijo- Estoy en pareja, soy feliz. – Le noté un destello extraño, casi devoto en la mirada cuando me habló de su amor.
Todos reaccionamos bien, lo aceptamos.

Solo ahora entiendo que Patricio Herrera, el macho, el campeón de Rugby, había sido su amor de adolescencia. Entiendo que aquella historia había sido alimentada en los pasillos y en los baños. Que había sedimentado en los vestuarios, que había sido exagerada por la fantasía. Esa historia olvidada y confusa había sido la más trágica de nuestra secundaria. Tanto Axel como Patricio habían ocultado lo suyo a las psico pedagogas, compañeros y demás inquisidores. El mismo Chato tuvo que explicarle al teniente coronel y a la regente que vio por última vez a Patricio solo sobre el techo de hormigón, lo que selló la hipótesis final de las autoridades. Ahora que leo que Axel Casino está preso por matar a su pareja, por tirarlo de un balcón, lo entiendo. Lo hizo otra vez, igual que esa mañana de 1982.

Clase 66






- Existe además de la filosofía convencional del liberalismo una línea denominada materialismo dialéctico- dice Magariño mientras miramos el reloj del aula. Faltan dos minutos para las diez. No entendemos nada de lo que dice el pelado. Solo nos interesa aprobar la materia, contabilidad, que no tiene nada que ver con lo que este tipo nos enseña. Toca el timbre del recreo de las 10 y hay cinco que van atrás de Harabendian. Uno hace de campana y el otro baja al gimnasio, por si se cae.

El cabello negro de Harabendian brilla en el calor del pequeño local de la calle Caseros 68. Hace un calor infernal para ser el mes de abril.
– Es una línea invisible. Hay varias líneas Harabendian. – Desde el secundario que le digo Harabendian, nunca lo llamo por su nombre de pila, Guillermo.
- ¿Qué pasa Abrahamovich, te estás poniendo nostálgico?
Nos traen cuatro empanadas salteñas. Es algo que no pruebo hace por lo menos diez años. Se me nota en la cara.
- Murió Alfonsín, ayer murió Alfonsín.
- ¿Te das cuenta?
- Me estoy dando cuenta que no tenés ni una sola cana. ¿Cómo hacés culiado?
- Es la raza loco.
- Esa es la línea invisible de la que te hablaba.
- ¿Qué línea?
- La que une a nuestras razas perseguidas. Aunque no somos razas. Somos pueblos. El pueblo armenio, el pueblo judío. La misma historia. Genocidios, masacres, persecuciones, siempre nos han usado de chivo expiatorio.
- ¿Y Alfonsín? ¿Vos crees que claudicó?
- Alfonsín no claudicó. No.
- Qué calor. Me había olvidado que en este país no se usa el aire acondicionado.
- El cambio climático. El hielo de la Antártida se derrite.

El patio está frío. A Patricia la han bautizado Peperina. El flaco le puso el apodo. Es magnífico el flaco con los apodos. A mí me bautizó "Nariz principio de tango". Narí Narí dicen los tangos cuando empiezan. Patricia es una niña menuda que siempre va con otra. Muy llamativa la otra, ella no. A ella casi no se la ve. Si no se la muestro al flaco ni se da cuenta que existe. A Harabendian le dicen la Morsa Azul. Había escuchado el apodo Morsa, se usa bastante. Pero no sé por que le pusieron Morsa Azul. Tal vez por la cara de frío del gordo cuando cantan la Aurora a la madrugada. Todos se fijan en lo que hace Harabendian para ver como lo pueden joder. Eso pasa todas las mañanas. La última broma es colgarlo desde el balcón que da al gimnasio en el recreo de las 10. El Zanahoria hace campana mientras Chucho y Paco López lo cuelgan. Abajo hay siempre alguno mirando, por si se cae. Si se cae se mata seguro. Ya los agarraron una vez los celadores. Cada uno tiene 23 amonestaciones . Pero lo siguen haciendo, en los recreos de las 10, en la hora de Magariño. Es la nueva diversión. Ahora cuelgan a la Morsa Azul del balcón, los 20 minutos que dura el recreo largo.

Estoy enamorado de Patricia. Me gusta más que la otra, la que va a su lado . Pepa le dicen a la otra. Según todos es despampanante. Dicen que Pepa los calienta a todos y al final no se queda con ninguno. A mí la que me gusta es la que nadie ve. El patio está tan frío que cuando me la encuentro de frente a Patricia, junto al anfiteatro, a la hora del almuerzo, no pienso más que en las puntas de mis dedos. Siento los mocasines gastados que tengo. No me protegen del frío. Patricia pasa de largo junto a Pepa, conversando. Ni me mira. En ocho años ni me mira.

- La ví el otro día de nuevo.
- ¿A cuál?
- A la que iba siempre con Pepa, Patricia se llamaba.
- Otra línea invisible ¿Qué tal está?
- Arruinada.
- Igual que nosotros.
- Me sigue gustando.
- ¿A dónde la viste?
- En internet, en una red social.
- Sos un pajero, el de siempre. Esas redes no sirven para levantar minas.
- Si verla en el cole era lo mismo que verla en internet.

El profesor Milito nos hace desfilar, no hago más que mirar el extremo del patio, es una especie de obsesión de uniforme. Ocho años de fantasías sin que sepa que existo. Me dicen el pajero.

- ¿Y lo que vino después de Alfonsín?
- Menem. Vendió todo, armó la corte, jugaba al tennis con Bush padre que le llevaba como tres cabezas.
- Alfonsín no capituló, te lo aseguro. Salvó la democracia.
- ¿Y ahora?
- Fijate, otra línea invisible. En España es lo mismo. En todos lados es igual.
- ¿Qué?
- Productos con sus etiquetas. Las mismas cadenas y los mismos nombres. La gente cada vez más pobre y con más opciones para comprar.
- Las ciudades han trazado sus fronteras y sus catedrales, los centros comerciales. Los que se quedan afuera de la línea no importan. La mayoría. Esos no cuentan. Los que cuentan son los que compran cosas. Y las cosas mismas cuentan hasta que se acaban.
- ¿Y qué es el arte?
- Etiquetas, catálogos, anuncios, cosas. Las cosas han perdido su valor de uso. Solo existen por eso, porque son objetos de deseo.
- Como Pepa.
- No, como Patricia.
- ¿Por qué te gustaba esa?. Era la fea. Nadie la veía, yo ni me la acuerdo.


El Acto Patrio se celebró el día anterior al 25 de mayo, que cayó sábado. Antes de que entrase la banda, nuestro curso la tenía al lado a la banda, se celebró una solemne misa. Todos de la mano, a rezar el padre nuestro. No lo sabía al Padre Nuestro. Pero hacía como que rezaba. Había un gordito en la banda uniformada verde militar que cada tanto tocaba unos platillos enormes que nos dejaban temblando. Hacía frío para ser viernes 24 de mayo, el patio estaba atravesado por un viento polar y levantarse un poco más tarde hacía que uno se sintiera un poco menos helado que siempre, pero helado igual . Ese 24 de mayo hubo un ruido extraño, debajo del estertor de la banda. Frenadas, golpes de puertas que se cerraban. Todos los de nuestro curso sentimos eso. Todas las secciones que estaban cerca de la rampa. Cuando terminó el acto bajamos en manada. Las ocho secciones, la mayoría clase 66 y 67, llegamos a la cortada Suecia, donde se habían aparcado los dos coches. Todos vimos salir a los tipos de traje. Los vimos subier a la rampa y mirar para abajo. Todos vimos las armas. Como corrían a los dos celadores y al profesor de contabilidad, Magariño. Todos vimos como los llevaban a la calle, los metían en el coche, los llevaban por la calle por la que nunca más aparecerían. Durante el juicio a las juntas, en el gobierno de Alfonsín, nos citaron a uno por uno en el juzgado y declaramos lo que vimos. El director fue imputado, junto con unos cuantos profesores. Cayeron también presos algunos del Batallón 104 y de la Policía de la Provincia. Con la obediencia debida los largaron. Con el punto final, con Menem los sobreseyeron. No se habló más del tema entre nosotros.

- Salió en el diario lo del Zanahoria ¿viste?
- Si, lo leí ayer. El millonario, lo estafaron, le secuestraron la hija y se hizo el macho.
- Está destruido.
- No puede haber peor que eso.
- La única hija perdió, encima divorciado.
- ¿Qué va a hacer ahora?
- No quiere hablar con nadie, hace meses.


Los vestuarios se hicieron cada vez más oscuros, a medida que avanzaron los años. El espejo grande en el que nos reflejábamos cuando tocaba cambiarse, tres veces por semana, tenía la superficie raída cada vez más extendida. Al final de los años de secundario se nos veía a todos deformados, negros, parecíamos monstruos. Durante seis meses preparamos una presentación en Educación Física para la que teníamos que ponernos una remera blanca. Mi madre me compró una Ogga, que era la marca de los pobres. El profesor Melanino nos hacía desfilar por el gimnasio para la presentación final en el flamante Estadio , donde se había jugado el glorioso Mundial 78. Nos preparamos para un encuentro religioso de escuelas de toda la provincia, formando flores, el escudo argentino y una enorme bandera que atravesaba el campo olímpico de fútbol. Toda nuestra sección era un simple punto blanco en esa extensión de casi 500 metros, con sesenta escuelas participando, un cura oficiando misa y miles de niños. Cada uno llevaba su color, celeste o blanco. Una ocasión magnífica para verlas a Patricia y Pepa más de cerca y más tiempo que nunca. Por casualidad nos había tocado el ala Este del estadio, justo a la sección de ella y a la nuestra. El efecto de verla de cerca fue el mismo que en el colegio: nada.

- Armemos una reunión Harnabendian, me vine de España por unos días, tenemos que juntar la tropa, hacer un asado.
- Abrahamovich, no es que nadie te quiera, pero es imposible.
- ¿Qué pasa ?, pago el asado, vengo con euros. Vamos a llamar ya, dame tu celular y quedamos.
- No te enterás de nada. No tenés la menor idea de lo que está pasando.
- Murió Alfonsín ¿no? ¿Ayer no? Me bajé del avión en Ezeiza y fui lo primero que ví no? Me enteré lo del Zanahoria. ¿Qué más querés que sepa, No vivo acá hace quince años.
- No es eso Abrahamovich.
- ¿Qué es?
- El país, ha cambiado de nuevo.
- Sí, España también ha cambiado, para peor. Consumismo, crisis, hipotecas. Gente sin trabajo Una mierda tío. El clima está cambiando. Mirá el calor que hace. Ya ni hacen falta picos para picar el hielo loco. Se derrite solo.
- No es eso, no entendés. ¿Te acordás de los que me colgaban del balcón al gimnasio?
- Sì, Chucho, Paco, jugaban al rugby, ¿qué fue de ellos?. Zanahoria ya sabemos, pobre. Al final no los volvimos a juntar con nosotros. Mejor ¿no?
- Están en el gobierno de la ciudad, en la Municipalidad.
- ¿Tan mal estamos? ¿Y qué hacen ahí, esos ineptos fascistas?
- Son los que manejan los arrestos.
- ¿Arrestos? ¿Otra vez?, no te puedo creer.
- Sí.
- ¿Y con quienes se la agarran ahora?
- Con nosotros.
- ¿Quienes somos nosotros?
- Hay un pacto entre fuerzas políticas locales. Hay que neutralizar a los de las clases 1966 67 y 68 que fueron a nuestro cole y lo vieron todo. Parece que Magariño tenía muchos adeptos que levantaron polvareda y quieren terminar con el asunto...
- ¿Qué estás diciendo Morsa Azul? No puede ser. Estamos hablando de una cosa que pasó hace más de veinte años...
- ¿Has intentado hablar con alguien más que yo?
- Sí, ayer, no me contestó nadie. Lo normal, supuse que estaban todos laburando, ocupados, que se yo.
- No están Abrahamovich, y si no te vas pronto, vos tampoco vas a estar más.
Vos sabés por que no están, pensá. Por ahí mejor adelantás tu vuelo.
- … ¿Y a vos, por qué no te llevaron todavía?
- Porque fui el que los delató. Estoy en el operativo. Trabajo con Chucho y Paco, en la Municipalidad.