sábado, 23 de mayo de 2009

Primer día de clase


Rosellini los ha buscado a las 5 y cuarto. Está oscuro, suena una radio de mañana, los primeros destellos noticiosos. Anuncios reiterados hasta el hartazgo. “Orlycote, el lubricante que su vehículo necesita”. Suena el radioshow de la madrugada con Lidia Dadorne y Ernesto Pedernera. El atronador ruido del Diesel lo opaca. Las camisas pardas están ocultas bajo los sweater azules en los asientos iluminados por una parca luz amarilla en el interior del enorme camión reciclado. Los han observado cuando han entrado al autobús. Intentaron sentarse atrás sin pensarlo, tratando de evitar todas esas miradas. Tenían que atravesar rápido el pasillo antes de que arranque el mamotreto que se sacude como un sonajero. Pero arranca antes de que lleguen al fondo y se quedan a mitad de camino, tambaleándose. Deciden sentarse en los duros asientos del medio. Todos los miran. Miran al más grande, que lleva el cuello de la camisa parda desacomodado y la pequeña corbata a medio hacer. Pero sobre todo miran al más pequeño. Los otros están acomodados en el vehículo hace poco, son escasas las casas que Rosellini recorre antes de pasar por la 2, donde residen. Desde hoy los ha incorporado al recorrido, así será de ahora en más, todos los días. A medida que avanza el híbrido auto carro reciclado, se va llenando de pequeños espectros enojados o dormidos que se sientan en sus respectivos lugares. Hasta que sube el grandote, Gordo Francini le dicen, un niño redondo de gafas que los mira desde su estatura elevada. Les indica que se aparten y ellos huyen de nuevo hacia el fondo, pero otra vez el autobús se ha puesto en marcha y los niños caen generando una carcajada de las dos niñitas rubias como el trigo que se han asomado desde el penúltimo asiento. Acaba de subir Héctor Tomazo, ellos todavía no conocen su nombre pero es el que más agrada a las niñas, tanto a las rubias del penúltimo asiento como a Zulma y Teresa, las dos morenas que están en el segundo asiento. Héctor tiene una sonrisa de galán que enamora desde ojos grises y soñadores. Los ayuda a levantarse y a sentarse atrás. Pero cuando ve al más pequeño se hace hacia atrás y mira al Gordo Francini como si hubiera tocado una serpiente. Nunca se lo había visto tan asustado a Héctor tan callado como pasó el resto de ese viaje.
Cuando descienden se unen al mar de sweaters azules, algunos llevan también gabardinas negras con un escudo rojo ostentoso. Son cabecitas que avanzan hacia el enorme patio donde la vicedirectora, la Sra Rademanes Sarmiento dará una admonición al grupo. Luego se cantará el himno alemán en su versión anterior a la república de Weimar y los niños entrarán a sus respectivas clases. Allí se sacarán sus sweaters y quedarán todos igualados por las camisas pardas y las corbatas.
- Pronto será el campeonato mundial de fútbol- comienza inspirada Rademanes - Debemos estar preparados. Es una oportunidad única.- A su lado está Federico Münchhausen, director de la institución. Luce severo y relajado, con su cabello blanco peinado con gomina e imperturbable frente a una llovizna gris que enturbia la primera hora de luz del día.
Los dos novatos se han ubicado en un lugar indefinido entre las hileras de primero y segundo grado. Se han apropincuado ahí porque nadie les ha indicado donde ubicarse, que hacer, como comportarse. Es la mitad del ciclo 1976 y se han incorporado sin aviso al mar de uniformes azules, negros y pardos. Las maestras no los conocen. Todos miran fijo al más grande, pero sobre todo al más pequeño, parado en medio de la lluvia y que mojado llama aún más la atención.
- Vendrá gente de todo el mundo a mirar el espectáculo que brindaremos desde nuestra Nación. 1978 será un año que recordaremos por el resto de nuestra historia. – Hoy la Sra Rademanes se extiende más de lo habitual. Esto no lo saben los dos recién llegados, porque nunca han escuchado sus discursos pedagógicos. La Señora suele inspirarse y extenderse desde las 7:45 a las 8, hora en que suena el himno. Entonces por lo general ha despuntado una luz pálida detrás del moderno edificio gris, frente al comedor donde los pequeños pasarán sus horas del mediodía.
- Es mejor que empecemos a comportarnos como es debido desde ya. Aún faltan dos años para el acontecimiento, pero el empleo del uniforme, las buenas costumbres, la urbanidad, la salud bucal y el deporte bien practicado nos pondrán en forma para el momento en que los ojos del mundo se posen en esta bendita nación.
Los niños nuevos no comprenden lo que con tanto énfasis está tratando de transmitir la Sra Rademanes Sarmiento. Ellos solo están al tanto de que las miradas que los de primero y segundo, ahora también los de tercero, están clavadas en ellos. El más pequeño es el más observado. Ha corrido un rumor en cuarto, en la clase de Héctor Tomazo. Algunos, a pesar de estar en filas lejanas, se han acercado a ver e intentar tocar, con espanto, al niño. Un grito hace que los que se han dispersado un poco, los que lo han rodeado como un enjambre regresen a sus lugares en el acto.
-¡Firmes!, grita con un toque alemán el Sr Münchhausen. Los novatos no lo saben aún, pero Federico ostenta un origen noble. En su hogar natal, en Dortmund, se lo llamaba Barón de Münchausen. Reside en la ciudad tranquilamente desde finales del año 1945, en que un generoso asilo político le permitió instalarse con toda su familia. Y desde entonces dirige la institución.
Al grito de firmes se genera un revuelo, el enjambre primero se dispersa y luego se ordena a la voz de mando de las maestras de delantal azul a cuadros. Los dos recién llegados quedan más desubicados que nunca y ahora es la mismísima señora Rademanes la que se está acercando y los coge de la mano, se los lleva por el patio y está consultando algo con la Regente Margarita Techito. Los dos niños están ahora parados entre las tres autoridades, a merced de las miradas curiosas de todo el mundo y se emite una segunda voz que ahora suena aún con más dejos alemanes que la anterior.
- Tomando dis-tan-cia- grita Herr Münchhausen y se genera un movimiento de brazos en alto. Un movimiento armónico, ordenado que el director aprueba con su mirada a la vez severa y relajada.
El más pequeño nota como, aún desde una posición muy rigurosa de firmes tomando distancia, todos lo están mirando a él, aún la Sra Rademanes y Margarita Techito lo observan mientras siguen debatiendo su destino. Hasta su hermano mayor lo controla, temiendo que se transforme en algo aún peor de lo que es.
Por suerte la transformación no tiene lugar hasta la mitad de la mañana. Horario en que el resto de los niños de la clase que le han asignado ya se han aburrido de intentar tocarlo, apostando a quien se anima más cerca. Está solo en un rincón al lado del pizarrón y la primera lágrima del día le cae cuando se da cuenta de lo que le está sucediendo. Tenía la esperanza de que ese primer día se salvaría. Cuando vuelvan del recreo los otros niños se encontrarán con algo que no podrán dejar de mirar. La maestra de primero tendrá que dispersarlos a la fuerza y será difícil que presten atención hasta la hora de la comida. El más grande sabe que hay que aguantar todo el día, pero no sabe cuanto es eso, cuanto falta para que sean las cinco de la tarde. Nunca ha estado ahí así que le es imposible calcular lo que ha transcurrido en relación a lo que falta.
A las cinco se suben de nuevo a Rosellini con los niños alborotados aún mirándolos y desafiándose a quien se anima más cerca del pequeño. En todo el día no se han cansado de jugar a eso. Ahora que regresan el mayor se pregunta si será así todos los días.

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